La dimensión moral de la
crisis financiera ha avivado el interés por la ética de los directivos de
empresas, Gobiernos y organismos reguladores, de supervisión y de
control. De entre todas las virtudes que se esperan de un directivo ético,
hay una que resulta especialmente importante para aquellas personas que ocupan
posiciones de gobierno o de dirección y que, sin embargo, ha sido ignorada en
la ciencia económica: la humildad.
Se tiende a pensar que la humildad es, o
puede ser, incompatible con la reputación que el líder merece y con la
autoridad que necesita para llevar a cabo su tarea. Pero es justamente
todo lo contrario: el directivo humilde, si lo es de verdad y consigue que los
demás le perciban así, ejerce una mayor autoridad que el líder arrogante. La
autoridad moral está asociada a una reputación mucho más sólida, tanto de sí
mismo como de la organización que representa.
¿Por qué poner un directivo humilde al frente de la organización?
- Tiende a cometer menos errores: su disposición
interna a examinarse y su actitud externa de admitir las críticas hacen
que, por lo general, conozca bien sus límites y capacidades.
- Sus relaciones interpersonales suelen ser más
genuinas y sencillas, ya que su actitud no es arrogante y no necesita que
los demás le halaguen.
- Suele ser sincero tanto en sus críticas como en
sus elogios, poniendo de manifiesto los aspectos positivos de la conducta
del otro, pero sin omitir los negativos, lo que le puede ayudar a mejorar.
- Tiende a buscar la colaboración, tanto para
compensar sus propias insuficiencias como para aprovechar las excelencias
del resto de personas en su equipo.
- Es probable que preste más atención al bien común
de la organización que al suyo propio.
- El reconocimiento de sus limitaciones
probablemente le lleve a la búsqueda activa de la excelencia.
Fuente: IESE Insigth
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